El envejecimiento de la población es una realidad y no podemos dar la espalda, ya que afecta a todos los países desarrollados de Europa, teniendo en cuenta que la expectativa de vida es más larga que la de las generaciones anteriores.
Según los datos que aparecen en el informe sobre la proyección de población de
España 2014-2064, publicada por el Instituto Nacional de Estadística, el porcentaje de población de
65 años y más, que actualmente se sitúa en el
18,2% de la población, pasaría a ser del
24,9% dentro de quince años (en 2029) y del
38,7% dentro de cincuenta años (en 2064).

El envejecimiento de la población no sólo
crea problemas al funcionamiento de un sistema de pensiones, estructurado según el modelo de reparto, sino también a la posibilidad de disponer de la población activa indispensable para cubrir las necesidades de las empresas.
Ante este panorama, una de las ideas que pueden transformar ampliamente el entorno laboral y social es el cambio en cuanto a la manera de considerar a los trabajadores mayores de 55 años. Los trabajadores de mayor edad
van a perder la consideración de personas que esperan una inminente jubilación y se van a consolidar como trabajadores con unas cualidades distintivas, especialmente aquellos que se dedican a puestos más relacionados con la sociedad del conocimiento en el que no prima el rendimiento físico de la persona sino su aportación emocional y mental.
Muchos atributos, como la sabiduría, el pensamiento estratégico, la percepción y la capacidad para deliberar, aumentan o aparecen por primera vez al avanzar la edad. La experiencia laboral y los conocimientos técnicos también se acumulan con la edad. Sin embargo, algunas capacidades funcionales, sobre todo de carácter físico y sensorial, disminuyen como consecuencia del proceso natural de envejecimiento. Desde la evaluación de riesgos laborales se deberá tener en cuenta los cambios que puedan sufrir las capacidades funcionales y será necesario modificar el trabajo y el entorno de trabajo para hacer frente a esos cambios.
Además, los cambios de la capacidad funcional relacionados con la edad no son uniformes, debido a las diferencias personales en cuanto a estilo de vida, nutrición, condición física, predisposición genética a la enfermedad, nivel educativo, trabajo y otros entornos.
Por otra parte, los trabajadores de edad avanzada no son un grupo homogéneo, sino que pueden existir diferencias considerables entre las personas de la misma edad.
Por tanto,
las empresas deben saber adaptarse a esta transformación tan importante y gestionarla de la manera más inteligente para generar un beneficio mutuo tanto para la propia empresa como para sus trabajadores.
Es un
buen momento para que nuestras empresas comiencen a platearse como gestionar la edad de sus plantillas, valorando la organización con relación a este tema y tomando las medidas oportunas y necesarias para proteger la salud y el bienestar de sus trabajadores.
Xavier Pladevall